PSICOLOGÍA DE LA HUELGA GENERAL DEL 29-S (y II)

18.08.2010 17:10

El debate que está suscitando en la España conservadora la huelga general del 29 de septiembre de 2010 es apasionante. Cuando me refiero a la España conservadora pienso en la clase empresarial, en los herederos venidos a menos de nobles e hidalgos, en los beneficiarios (y sus herederos) de las prevendas del régimen anterior, en los herederos de los latifundistas, en los actuales rentistas, y en suma a los que pondrían a los referentes de la izquierda en un paredon, si pudieran. No pienso en los miles de trabajadores o pequeños autónomos que votan opciones de derechas.

Esa España se debate entre dos deseos confesables y fuertes a la vez. Desean con todo su ser que la huelga general sea un éxito sin paliativos al tiempo que desean que sea un auténtico fracaso, y por motivos distintos, claro.

Como en 1988 y en 1994, ésta España brama por un cambio en el Gobierno de nuestro país. El suicidio político de Zapatero, que ha cargado contra los que le auparon a la presidencia, extiende la alfombra roja de la Moncloa al próximo ganador del Congreso del Partido Popular. Entonces, el cambio contaba con la inestimable ayuda, como ahora, de la crisis y el desempleo, los focalizados casos de corrupción que afectaban a cargos del PSOE, las Filesas, Malesas, Time Export y alguna otra cosa. Con todo, que duda cabe que el cambio era liderado por un diario de tirada nacional. Parte de la España de la que hablamos, la mayor parte, se debatía entre la oportunidad de que la huelga fuera un instrumento de desgaste definitivo del PSOE de entonces que provocara un vuelco electoral. Por contra, hacer todo lo posible para que la huelga fuera un fracaso podrían mermar esas posibilidades. También el fracaso de la huelga dilapidaría la imagen de los sindicatos convocantes, debilitando la acción sindical en el plano general, local y empresarial, algo muy atractivo para la España de la que hablamos.

Sin duda pudo más el afán de aupar al poder a "los suyos" a la Moncloa y a los gobiernos de las comunidades autónomas, que su deseo de que la huelga general fuera un fracaso y así debilitar el movimiento sindical.

Más del noventa por ciento de las empresas en España emplean a cinco o menos trabajadores, por lo que uno puede hacerse cargo del casi siempre insuperable poder que tiene el empresario, o en quién éste lo delega, con respecto a los trabajadores. Los ve todos los días, les paga, es su jefe y su padre. El amo. De ahí que estos cientos de miles de trabajadores miren al jefe antes de hacer nada, y más antes de secundar una huelga general.

Los empresarios fueron cooperadores necesarios en el éxito de esas huelgas generales. La desproporción entre los trabajadores que realmente hicieron huelga y los descuentos practicados en las cotizaciones de la Seguridad Social arrojaron datos espectaculares. Esto es, no poniendo en cuestión que las cifras de seguimiento fueran inexactas, la explicación reside en que lo que se produjo generalizadamente fueron cierres patronales. Fueron los empresarios los que obligaron a los trabajadores a secundar una huelga, de no haberse producido ese cierre, podrían o no haber hecho. Unos empresarios, con una palmada en la espalda, "invitaban" a sus trabajadores a marcharse a su casa, prometiéndoles el pago del salario de ese día y otros, los más ruines, indicando lo mismo y descontando del salario la parte proporcional a ese día. Para los empresarios, el desgastar la imagen y el prestigio de los sindicatos convocantes por mor de que la huelga fuera un fracaso quedaba para mejor ocasión. Eran otros tiempos, tiempos en los que el diario ABC elegía anualmente al sindicalista del año.

Hoy, la España de la que hablamos puede matar, en sentido figurado, dos pájaros de un tiro. Puede insetar el último clavo en el arca de Zapatero, al tiempo que sus voceros a sueldo pregonan a los cuatro vientos el fracaso de la huelga. Con la imagen de los sindicatos en mínimos históricos, más por el éxito mediático de los mensajes en contra de ellos que por deméritos de éstos, la clase empresarial y en general la España conservadora no tiene que mover un dedo. Más bien harán lo que le apetece, amenazar a los posibles huelguistas jugando con su sustento y el de sus familias. Los de la España de la que hablamos ni necesitan ahora que la huelga general sea un éxito. No necesitan ni eso para que sus esbirros asalten el Palacio de la Moncloa. Con ver el panorama de una Izquierda dándose palos y mirar desde el palco tiene suficiente. Lo demás lo hará el Capitalismo salvaje y un Gobierno que está convencido de que el recorte del gasto público, la reforma de las pensiones, el abaratamiento del despido, la degradación de las instituciones laborales y la degradación de los derechos de los trabajadores son las únicas recetas para relanzar la economía. Lo triste es pensar que la economía se relanzará cuando el Capital quiera, una vez haya utlizado sobre todo a los Gobiernos de la Unión Europea para conseguir sus fines. Un mundo global en el que las rentas del capital sigan abriendo brecha con respecto a las rentas del trabajo, y en el que los servicios públicos y el Estado del Bienestar acaben en manos del Capital, y encima los más débiles tengan que gastar parte de su salario en costeárselos.